viernes, 22 de marzo de 2013

Primera lección

Quiero dejar claras un par de cosas sobre mí y sobre el alzheimer: no soy un niño, ni soy idiota. Ni mucho menos, un niño idiota. Soy un adulto. un hombre adulto. Sé que a veces se me olvidan algunas cosas, y que puedo hacer cosas extrañas, y que cada vez me cuesta más aprender cosas nuevas. Y sé que cualquier día, más pronto o más tarde, olvidaré cómo abrocharme los botones de la camisa. O puede que incluso hasta comer. Pero eso no va a cambiar porque alguien me diga "¿Qué tal estás, bonito?", "Tienes que beberte todo el vasito de agua"...
Pura dulzura. Al menos por fuera...
Y otra cosa: tampoco estoy sordo. Algunos tienen los dos problemas, no digo yo que no, que los años no perdonan; pero ¡no se puede generalizar, hombre!, que yo, gracias a Dios, oigo muy bien, y no voy a entender mejor una larga explicación sólo porque me lo estén diciendo a voces. Te chillan como si les fuera la vida en ello. Con las mismas palabras, que sigues sin entender, eso sí. Luego vienen los problemas cuando nos enfadamos, que si somos agresivos, que si somos maleducados...¿usted no se enfadaría si un tipo le gritara a tres centímetros de la cara?.

Pues eso...menos gritos, Milagritos!

jueves, 14 de marzo de 2013

Lo primero es lo primero...

...y lo primero es presentarse. Me llamo Atanasio. Tengo 82 años y sufro, o padezco, o como quieran decirlo, de Alzheimer.
Me llamo Atanasio porque me tocó. Me explico: era el santo del día. Sino, de qué. Eran otros tiempos. Ustedes ya me entienden.
Es raro lo del Alzheimer. Uno va al médico un día porque metió las gafas un par de veces en la nevera y cuando se quiere dar cuenta, le ponen un parche todos los días, lo atiborran a pastillas y lo meten en un centro. De día, lo llaman. Yo lo llamaría de noche, porque salgo de mi casa de noche para ir allí y vuelvo a mi casa de noche otra vez...y así cada día. Algún día les hablaré de mi diagnóstico...tiene su gracia la cosa.

Ahora, antes de que se me olvide (que lo segundo es lo segundo, también) quiero pedirle permiso, o disculpas, o darle las gracias, a un tal José Rafael Alcantarilla Sánchez, que me presta, sin saberlo, la foto que acompaña mis letras. No quiero que se me vaya usted a enfadar, caballero, si un día paseando por el internet se encuentra esta foto aquí puesta. Me atrapó nada más verla...y creo que viene que ni pintada al tema que nos ocupa: en qué ha quedado mi vida y todo lo que olvido y olvidaré. Y lo que no, sobretodo lo que no. Desde aquí mi agradecimiento y, espero, su comprensión. Gracias, amigo.

Se preguntarán qué lleva a un viejo como yo, enfermo y con poco juicio ya, a escribir sobre su vida. Pues miren, el aburrimiento y la necesidad. Quizá un día mi hijo pase por aquí y lea cómo es la vida más allá del diagnóstico. O quizá lo lea usted, que tiene una madre en mi situación; o usted, que conoce a un vecino... o usted, que trabaja en una institución o, mejor aún, en un ayuntamiento.